UNA VIDA PLENA, SOBRE TODO DE AMOR Y POESÍA

Traemos aquí el obituario completo realizado por D. Antonio Garrido Gámez (Cronista de Bedmar), publicado en Diario JAÉN (01/05/19), en homenaje a D. Rafael Lizcano Zarceño (Cronista de Espeluy).

RAFAEL LIZCANO: UNA VIDA PLENA, SOBRE TODO DE AMOR Y POESÍA
No era de Jaén pero se hizo jienense de adopción y aquí, entre nosotros, ha pasado 54 años y él, alcazareño de pro, nos ha dado lecciones de jaenerismo a los que somos de aquí de cuna, porque la suya ha sido una vida plena de generosa entrega a esta tierra tanto en su labor profesional como docente, más aún como pedagogo, y por encima de todo un apasionado de la poesía, poeta brillante y laureado, al tiempo que ha dedicado su vida entera a la proyección de la cultura y a la promoción y creación literaria, y en este empeño ha puesto siempre su talento, su esfuerzo y su inspiración. Me estoy refiriendo a un personaje ilustre que acaba de dejar la vida terrena, Rafael Lizcano Zarceño (Alcázar de San Juan, 1940-Jaén, 2019), que no podía haber escogido para morir una fecha tan especial como la del 23 de abril, día del libro, él que durante décadas ha creado montones de libros con tanto cariño y dedicación, editándolos en su propia casa, sacrificando horas del sueño, porque era tanta su actividad que realmente le faltaban horas al día.

Rafael, al que conocí a mi llegada a Jaén va a hacer ahora, en unos días, la friolera de 46 años, había nacido en el bonito pueblo manchego de Alcázar de San Juan, donde la noticia de su fallecimiento ha sido especialmente sentida porque “Lito”, como le llamaban los más próximos, era una institución en su pueblo natal, con el que mantenía estrechos lazos, había repartido su cariño entre Alcázar y Jaén, pero un corazón tan grande como el suyo era capaz de dar amor a manos llenas, de hecho su cuerpo ha recibido sepultura en el cementerio alcazareño para reposar con sus ancestros.

El admirado Lizcano, que ha sido un hijo ilustre de Jaén, por todo lo que hay que contar de su periplo vital, obtuvo muy joven una plaza de profesor en Huelva, pero no llegó a tomar posesión de ella. Vino a Jaén por casualidad, un encuentro en Madrid, cuando realizaba un curso de Pedagogía Terapéutica, le puso en contacto con la también recordada doña Ana María Macías López, que fue muchos años inspectora de Educación, y fue ella la que “tiró” del joven profesor dado que se necesitaban especialistas en el Colegio Psicopedagógico “Virgen de la Capilla”, de CajaSur, donde se enroló Rafael, en el año 1965, y que ha estado en este centro toda su vida, como profesor y como director, dejando su impronta de buen hacer y de implicación en favor de los alumnos que necesitaban de una enseñanza específica, hasta el punto de crear un método que llevaría su propio nombre. Se inició con profesionales como José Esteban, Leocadio Marín, Francisco Muela, Francisco Banqueri, y otros muchos, todos ellos de agradable recuerdo en una institución que llegó a ser la joya de la corona de la entidad financiera cordobesa-jienense, porque en esos momentos y hasta época más reciente, la labor de CajaSur en Jaén era admirable.

En el aspecto puramente personal, Rafael Lizcano creó una familia numerosa, diez hijos, y para sacar adelante a su prole se vio obligado a recurrir al pluriempleo, y como siempre fue, y así lo recordamos, un caballero, agradable, con la sonrisa permanente en la cara, afectuoso, generoso por demás, aparte de profesor trabajó como taxista, encuestador, vendedor de libros y no sé cuántas ocupaciones más. Su principal patrimonio, por el que sentía adoración, era esa amplísima familia que había formado, ya que con hijos, nietos y hasta bisnietos, las reuniones en torno al patriarca eran de  multitud. Bien lo expresaba el bueno de Rafael en su poema “Mis hijos por amor”, que escribió hace pocos años, y que terminaba así:
“Mis hijos son amor
porque les voy dando la luz para la muerte
no existe la esperanza de encender una estrella
o de que brote el lirio de un perfil de roca.
Mas estás tú, mujer, y van naciendo. 
Me duele porque sé que morirán,
pero ellos son amor y los dejo en tus manos”.

El admirado Rafael, el gran poeta de la generación olivista de Jaén, nos ha dejado una producción poética verdaderamente asombrosa. A los 15 años, en su Alcázar de San Juan natal, ya publicaba sus primeros poemas y artículos literarios y desde esa misma fecha empezó a recibir premios y distinciones. El grueso de su obra es jienense y ha cantado como pocos al olivo, de la misma manera que ha participado en homenajes poéticos por toda la provincia o ha dedicado poemas a temática especial como la exaltación a Dios Padre o a la sagrada eucaristía en el gran jubileo del año 2000. Los libros con poesía de los que es autor u otros donde ha participado, se cuentan por centenares, también es el creador de más de doscientos sonetos acrósticos (uno de ellos tuve el honor de recibirlo de sus manos, muy bonito y emotivo) y se calcula su participación en más de 250 recitales por toda la geografía provincial y nacional. Sus comienzos en el ámbito poético en Jaén se remontan a la creación del Grupo Literario “El Olivo” junto a otros ilustres compañeros. Era un placer entonces, y siempre lo ha sido, escucharle declamar los poemas, con esa voz prodigiosa y esa pasión encendida por este género literario para el que estaba especialmente dotado y de hecho muchas de sus composiciones son una sublime expresión de belleza.

Personaje polifacético donde los haya, inquieto, recuperé no hace mucho el contacto con él por coincidir en la Asociación Provincial de Cronistas “Reino de Jaén”, de la que formamos parte, él como cronista de Espeluy, cuyo Ayuntamiento le concedió tal honor, y además pertenecía a la Real Asociación Nacional de Cronistas (RAECO). En este colectivo siempre se han valorado sus aportaciones que en general fueron en torno al municipio que representaba, pero también ha sido un referente en el mundo de la crónica, donde quiero destacar su amistad incondicional con el también desaparecido Vicente Oya, con quien compartió el proyecto del Grupo Literario “El Olivo”, con lo más granado de la representación poética de aquel tiempo, finales de los sesenta y principio de los setenta del pasado siglo.

De su trayectoria por esta vida y de que ha sabido multiplicar los talentos recibidos, dan buena cuenta sus ocupaciones, pero también sus aficiones, por ejemplo el dibujo o la cerámica griega, y no son las únicas. Presidente de la Institución Literaria Nacional Federico Mayor Zaragoza, de hecho en el año 1998 fue condecorado en Jaén con la medalla Picasso de la Unesco, que le fue entregada por el propio director general de la Unesco, con el que le unía una especial amistad. Era presidente de honor de la Federación Astronómica Flammarion, porque durante muchos años se ha sentido atraído por este mundo tan especial de los astros y ha participado y promovido muchas actividades en torno a esta ciencia. Además ha pertenecido a Claustro Poético, al Instituto Nacional de Pedagogía Terapéutica, y presidió el Sindicato de Escritores Españoles. En 1999 le fue concedida la Medalla de Oro de San Isidoro de Sevilla, en el 2000 recibió un homenaje provincial junto a otros destacados escritores jienenses, en 2001 le fue concedido el Olivo de Oro por sus compañeros del Grupo Literario “El Olivo” que él había rescatado, y estaba en posesión también de la Medalla del Bicentenario de Bailén y del Premio Provincial Caecilia a las Letras por la asociación del mismo nombre de Bailén. Recoger su biografía y la cantidad de publicaciones, premios y reconocimientos se haría interminable.

Los últimos años se estaba apagando lentamente el hombre y el gran rapsoda de Jaén, por un proceso degenerativo de alzhéimer ya estaba aislado de toda esa actividad desbordante que le distinguió. De vez en cuando su familia le abría el ordenador para que escuchara música y a veces, en momentos en que la enfermedad le daba un leve respiro, respondía tarareando algunas composiciones conocidas y les daba la vida a los suyos. De hecho acabo de escuchar una grabación, relativamente reciente, en la que el gran Rafael declama, con su potente voz pero mermado de facultades, los versos de un poema de Juan Ramón Jiménez, que me suena especialmente hermoso y es imposible sustraerme a la emoción de escucharlo declamar y de volver la vista atrás a tantos escenarios donde le escuché recitar con su destreza, su pasión y su genialidad:
“Novia del alegre corazón grana;
mariposa de carmín en flor; 
amapola, grito de la vida
amapola de mi corazón.” 

Es un placer rememorar a un hombre tan querido que se nos ha ido pronto, pocos como él se merecen el homenaje del recuerdo porque tenía un don especial que ha sabido aprovechar hasta que las circunstancias lo han permitido. Ha tenido una muerte serena, él que dio tanto amor, lo ha recibido en abundancia de toda su familia hasta el momento final. Muchísimas gracias, querido Rafael, por todo lo que has hecho y por el legado que dejas. Si yo mandara algo en Jaén tu ejemplar ejecutoria como hijo adoptivo merecería un público reconocimiento.

Me quedan los versos de Bécquer:
“¿Quién, en fin, al otro día
cuando el sol vuelva a brillar
de que pasé por el mundo,
quién se acordará?”

Tengo la respuesta, quédate con el amor que recibes de los tuyos en la misma medida que lo has dado, quédate con el cariño de tus compañeros cronistas que lloran tu ausencia, y de una legión de jienenses que te admiran y te recuerdan como el gran cantor de Jaén.

ANTONIO GARRIDO GÁMEZ

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